jueves, 4 de abril de 2013

Aquí


Aquí. Lo cercano y lejano. Ese cruce ambiguo donde comienza a constituirse el sentido. Lo que está muy cerca desborda la palabra, la deja chiquita. Lo que está muy lejos permite adorno, sofisticaciones. Poner en palabra parece ser la única manera de transmisión, pero la palabra aleja. A menos que en su ruptura se vuelva creación. Crear nunca es desde la nada porque la nada no existe. Salvo en la ESMA. O en la ex-ESMA. O en ese guión que fractura lo que ya no es de lo que nunca tuvo que haber sido. Subimos al tercer piso del Casino de Oficiales. Ni cercano ni lejano. Ni. Otro espacio que no nombra ni deja ausencia. Nadie quiere ser creativo con el horror, pero todos necesitamos que el testimonio perdure. Se haga palabra; o mejor, se haga corazón. Tic tac, tic tac. Creo estar escuchando los corazones de los muertos, pero no son fantasmas. La memoria no tiene que ver con los muertos, sino con lo pendiente. Ni siquiera morir es un problema. Todos vamos a morir. También los torturadores. ¿No les pasa que después de visitar este tercer piso, durante días, miramos a la gente con otro rostro? ¿Pero quién tiene el rostro cambiado? Lo que hiere es otra cosa. Hiere saber que en este tercer piso se había industrializado el terror. Recuerdo a una novia en mi adolescencia que vivía en un tercer piso y también subíamos por la escalera. Creo que todo en última instancia tiene que ver con el amor. O con el odio que es lo mismo. Siempre me pregunto por aquellos que trabajaron en la tortura y hoy cuidan su jardín o pintan sus paredes. La gran tragedia del ser humano es que no puede olvidar. Y hasta cuando olvida no olvida, porque lo que olvida, sabe que lo olvida. Cuánta gente habrá pasado por Libertador fijando su mirada en alguna ventana de este tercer piso. Cuando tenía diez años mis padres me llevaban a un club aquí cerca cruzando la Avenida General Paz. Seguro que pasábamos por aquí y más que seguro que alguna vez habré preguntado. No lo recuerdo, pero es seguro. No hay olvido. Me encantaría que los ángeles existieran y que uno de ellos se haya dedicado a contar las veces que miradas que no veían posaban la vista en las ventanas del tercer piso del Casino de Oficiales. Le decían Capucha. Hoy recorremos sus restos. Leemos sus carteles con los testimonios de los sobrevivientes. Ya no hay nada. Un resto no es estrictamente una nada, sobre todo porque la nada no es nada. La experiencia de la nada angustia, pero experimentar la nada es no experimentar nada. Cosa muy distinta a que te reduzcan a nada. No tiene nada que ver con la muerte. La muerte hasta puede ser –si quisiéramos- una experiencia grata: la experiencia del final de la experiencia. Otra cosa es que te expropien no solo la existencia, sino también la propia muerte. Ni vivos ni muertos. Otra vez el ni. Ni vivos ni muertos, desparecidos. Ese proceso de destrucción sistemática de la persona. De cualquiera de las personas que yacía aquí en este tercer piso. El resto es el testimonio. Aquí no queda nada. Los carteles incluso sobran. Las paredes. El techo. Alguien cuenta que parece que Massera una vez festejó el cumpleaños de su hija y una invitado vio justo cuando ingresaban a alguien encapuchado. ¿Puede alguien después de haber visitado Capucha volverse a poner una capucha? No se si la memoria es pedagógica. Es política. Define una sensibilidad. Hay gente que sigue pasando por Libertador y a sabiendas de la historia, continúa mascando chicle. Y siente en lo más profundo del paladar un fuerte sabor a frutilla. Aquí se destruían los paladares y se lograba así hacer perder toda dimensión de distancia. De cercanía o lejanía. De palabra. Los restos no se hacen de palabras, sino de restos. La palabra embellece y aquí no puede haber belleza. Y si la hay, ya no es aquí. Por eso ni siquiera es un museo. Ni siquiera es un lugar. Es solo una herida y abierta. Ni la justicia la puede cerrar. Solo el tiempo, a veces; o solo el final de tiempo, si lo hay. Tal vez lo humano no sea más que esta fractura entre lo que nunca pensamos que llegaríamos a hacer y lo que no podemos creer que hemos hecho. Tal vez lo humano no sea más que una fractura. Entre lo cercano y lo lejano. En ese cruce ambiguo donde comienza a constituirse el sentido. A menos que esta fractura se vuelva creación. Crear nunca es desde la nada porque la nada no existe. Salvo en la ESMA. O en la ex-ESMA. O en ese guión que fractura lo que ya no es de lo que nunca tuvo que haber sido. Aquí.