sábado, 12 de enero de 2013

De la caverna a la pantalla


Es la misma filosofía la que se viene haciendo desde sus orígenes en Grecia o ha venido cambiando con el paso de los tiempos? Y si así fuese, ¿por qué creemos que estamos haciendo filosofía y no otra cosa? Y si estuviésemos haciendo otra cosa, ¿no podríamos estar haciendo filosofía aunque ya no se tratase de filosofía?
Hay algo de inactual en la filosofía, pero en ese sentido más bien nietzscheano donde lo inactual no remite a lo que está por encima del tiempo, sino a lo que lo interrumpe. Hay temáticas que escapan a la distinción entre lo viejo y lo nuevo, porque son al mismo tiempo viejas y nuevas. No es lo mismo pensar la muerte en épocas de clonación, criogenia y masas espeluznantes de mortalidad infantil producto del capitalismo tardío; pero es la muerte. La misma que pensaba Platón cuando en el Fedón buscaba entender si el alma de Sócrates trascendía a su cuerpo condenado. La misma tensión que siempre repetimos cuando enseñamos en la secundaria la Alegoría de la Caverna, narrada en La República a través del argumento del filme Matrix. Aunque siempre hay que aclarar que se trata de Matrix I, ya que la vuelta argumental de las secuelas ya excede el planteo platónico y nos acercan a posiciones más foucaultianas o hermenéuticas. Matrix no reemplaza a la Alegoría, la interpreta. La problemática sobre la distinción entre lo real y lo aparente es inactual porque no es ni vieja ni nueva, sino que se presenta siempre bajo el ropaje de la época. Tal vez esta cita de Baudelaire sea lo más atinado para comprender una filosofía que se sigue preguntando lo mismo, pero diferente. Por lo mismo que siempre es diferente: solo hay los ropajes de época.
La pregunta tal vez sea: ¿para qué hacemos filosofía? ¿Todos podemos hacerla? En algunos manuales todavía se explica que la filosofía es una actividad contemplativa de un hombre despreocupado por sus condiciones materiales, casi como una curiosidad elitista de aquellos que pueden no trabajar y dedicarse a contemplar el mundo. Lo interesante de este planteo es la bipolaridad que se presenta entre contemplación y transformación, como si abrir la cotidianidad con espíritu crítico no fuera también una herramienta de transformación. Pensar que todo puede ser de otra manera frente al funcionamiento eficientista de los modelos dominantes genera un movimiento no solo espiritual. Nos obliga a repensar los alcances de la espiritualidad: en lo profundo siempre hay un otro. Todos podemos hacer filosofía, y, a veces, son las condiciones de existencia más sofocantes las que ofician de disparadores. La pregunta por el porqué resuena más en aquellos que no están donde quisieran estar. Por eso hacer filosofía siempre es una apuesta política que, en su acción de desmontaje y desnaturalización de las verdades vigentes, abre nuevas perspectivas para reinventarnos como ciudadanos. Obviamente hay erudición e investigación y de mucha calidad en la actividad filosófica. Pero la filosofía no puede contentarse solo con haberse vuelto una estructura disciplinar que no se diferencia de cualquier otro dispositivo del saber. Hay un propósito docente, y la docencia es transformación.
Si la filosofía es esa tensión que se produce entre una intimidad reflexiva y un diálogo con el otro, se trata entonces de repensar su institucionalidad. Si la filosofía es esa fisura entre una racionalidad lógica y una conmoción existencial más radical, se trata entonces de repensar su origen y su praxis.
¿Por qué filosofía en los medios? Hay una ecuación que circula en los claustros académicos que dice que si la filosofía triunfa en los medios, o es porque se ha banalizado o es porque ha dejado de ser filosofía. Dejar de ser. Algo que tiene que ver con el amor, con el deseo de saber, con una filosofía que cambia. Tal vez no sea más filosofía y así pueda ser de nuevo filosofía, recuperando sus preguntas originarias, su vocación de apertura, su apuesta a la pregunta. Tal vez nada sea idéntico a sí mismo; y por ello la filosofía en los medios no sea filosofía, y por no ser filosofía, sea filosofía. Si la cosa pública se juega hoy también en las pantallas, hacer filosofía en televisión es abrir la televisión, y en algún sentido, intervenir en lo público. Ningún programa de televisión puede reemplazar la enseñanza en el aula, así como ninguna clase magistral puede reemplazar a una estética televisiva. Y así como en cierta academia se puede hablar de una banalización del saber, en mucha televisión se habla de formatos culturales aburridos. Por eso hay como una sensación de defensa ortodoxa de ciertos purismos que al final de cuentas parecen tener más que ver con las clásicas lógicas burocráticas de reproducción de los poderes establecidos que con una disputa epistemológica. Pero por suerte aflora la contaminación, emerge la mixtura. Los géneros dialogan y los compartimentos estancos se resquebrajan ante la presencia de una otredad que irrumpe y obliga a la reinvención. ¿Cómo se hace filosofía en la televisión o cómo se hace una programa de televisión filosófico? ¿O ambas cosas? Si la filosofía nació en la calle, con Sócrates dialogando junto a sus alumnos por Atenas, hoy la calle se juega en ese no-lugar que yuxtapone el hogar con las pantallas y sus redes. Toda la esencia de la filosofía se encuentra en poder habitar una situación cotidiana y en su experiencia, poder también pensarla. Abrir sus múltiples posibilidades y hacer explotar sus obviedades y naturalidades. Pero sobre todo, generar un diálogo, ofrecer lo otro, interrumpir el apresuramiento eficientista priorizando la pregunta por el ser que no es más que la prioridad de la pregunta frente a las verdades de turno.
De ahí que cuando pensamos Mentira la verdad, filosofía a martillazos (Mulata Films), apostamos a la mezcla de lo cotidiano y lo filosófico, haciendo surgir la pregunta de la materialidad misma de las situaciones diarias: la pregunta por el orden en un supermercado, la pregunta por la identidad en un registro civil o la pregunta por la historia en un velorio. Aquello que naturalmente transcurre como debe transcurrir puede, sin embargo, detenerse, aunque sea un rato, y ser interpelado con preguntas que abren y muestran que todo puede ser de otro modo. La televisión misma puede encontrar sus propios mecanismos de reinvención. ¿Será realmente un cambio o el arquitecto de laMatrix habrá triunfado una vez más?