lunes, 20 de junio de 2011

Matrimonios mixtos

Los matrimonios mixtos representan un tema recurrente en el mundo judío. Esto tiene que ver con una forma tradicional de entender la identidad judía que permite una serie de divergencias interpretativas, pero que pone como límite lo que en los análisis sobre grupos se denomina: endogamia. Al interior del judaísmo todo es posible, pero lo imposible y por ello lo prohibido es transgredir los límites que de modo claro y preciso se establecen entre el afuera y el adentro. ¿Pero quién pone el límite? Cada vez más se vuelve más claro que los debates ontológicos acerca del status de judeidad encubren debates biopolíticos: en nombre de la supuesta defensa de la pureza judía, se establecen mecanismos normativos de administración de la vida y la muerte de los judíos a través de sus instituciones. Legislar sobre los matrimonios, establecer una dietética correcta (kashrut) y delimitar los derechos de entierro son una prueba de ello.

En este sentido y en virtud de las elecciones de la AMIA, reapareció el llamado conflicto de los cementerios. El cementerio judío más importante del país se encuentra en un predio en La Tablada y está administrado por una de las tantas corrientes que conviven en el mundo judío: la ortodoxia. La ortodoxia administra el cementerio aplicando su propia definición de quién pertenece y quién no al judaísmo, criterio que como en toda ortodoxia no tiene ambigüedades, postulando que sólo es judío aquel que nace de “vientre” judío o que se convierte al judaísmo a través de un exigente sistema de conversión. Sólo aquellos muertos que respondan a estos criterios pueden ser enterrados.

Hace años que se debate el tema, a partir de la existencia fáctica de corrientes tanto religiosas como seculares que parten de clasificaciones diferentes para definir la pertenencia. Pero el conflicto de los cementerios afecta sobre todo a la “interna” del judaísmo religioso. En la Argentina conviven en principio dos grandes formas del judaísmo religioso: el ortodoxo y otro de sesgo más liberal, más reformista, que por una cuestión de traducción, se denomina a sí mismo a la inversa de su espíritu: movimiento conservador. Herederos del rabino Marshall Meyer, el conservadurismo judío argentino, sin embargo también se rige por la “ley del vientre” y por la promoción de una vida judía normativa y religiosa, pero con formas mucho más abiertas y democráticas que la ortodoxia. Sin embargo, como de lo que se trata es de la administración biopolítica de la vida judía, la ortodoxia no admite las conversiones realizadas por los conservadores y por ello, les niega a los judíos que se han convertido al judaísmo por esa línea, su entierro en el cementerio judío. Familias que en su momento decidieron abrazar la vida judía según este modelo de judaísmo y que la vivieron asumiendo los criterios de judeidad exigidos (que incluyen estudios y ritos de conversión), no son admitidos en su carácter de judíos y no pueden ser enterrados.

Lo interesante del conflicto de los cementerios es que es un conflicto al interior del judaísmo religioso, que no representa a una gran cantidad de judíos cuya pertenencia no está atravesada por la institucionalidad religiosa. Para una gran parte de los judíos seculares, el conflicto de los cementerios pone en escena un debate de poca importancia, ya que por asumir su pertenencia a la vida judía por fuera del formato religioso tradicional, las conversiones constituyen rituales sin valor. La conversión al judaísmo como práctica religiosa tiene valor para aquellos que practican un judaísmo religioso. De hecho, lo que el conservadurismo exige es el reconocimiento de las conversiones propias, esto es, una resolución judía del problema de los matrimonios mixtos. Pero para muchos judíos seculares e incluso religiosos, las mixturas no representan un problema a resolver ni una amenaza para la continuidad del judaísmo; ni siquiera consideran que un matrimonio exógeno constituya un conflicto para la identidad judía. En todo caso, el problema es de plano: hay que asumir que las identidades son estados conflictivos; en principio son estados en movimiento, son elaboraciones que se van reinventando, y no estados cerrados definitivos. Hasta podría leerse al revés: una identidad judía conflictuada es aquella que se empecina en cerrarse sobre si misma a partir del cumplimiento autómata y vacío de los principios normativos vigentes, rompiendo con una bella tradición de un saber judío cuya apuesta por la pregunta siempre ha resultado más intensa que cualquier dogma.

Según el estudio sociodemográfico del Joint del año 2004, el 68% de los judíos de CABA y GBA afirma que se puede ser parte de un matrimonio mixto sin perder la identidad judía. En realidad, se puede seguir buscando qué me hace judío, entender mi identidad como un horizonte abierto y para ello contar con una pareja no judía, que en su diferencia y diversidad, contribuya a que mi búsqueda sea más rica. Según este mismo estudio, 4 de cada 10 familias judías son mixtas, esto es, uno de sus miembros no se identifica como judío. Y si tomásemos un parámetro más rígido como la “ley del vientre”, 6 de cada 10 familias judías serían mixtas. La exogamia, como bien analiza Ezequiel Erdei, uno de los impulsores del estudio, supone definir dónde poner el límite cuando hablamos de grupos cerrados. La cuestión de las mixturas remite una vez más a la posible definición de una naturaleza de lo judío.

¿Existe un judaísmo? No hay un judaísmo, hay judíos. Las formas de interpretar lo judío son varias y en constante resignificación. A tal punto que, entre las diversas formas de judaísmo puede haber hiatos insalvables. Y es más, esos abismos son los que más hacen crecer lo judío como vida que se transforma y se reinventa. No hay una definición de lo judío, sino interpretaciones. Interpretar es siempre un ejercicio de subjetividad que por ello se constituye siempre en nuestra relación con los otros. Las mixturas no sólo no disuelven lo judío, sino que son la clave de su supervivencia. No sólo no amenazan la continuidad judía, sino que la impulsan. En la constante apertura identitaria, lo judío fue mutando, y resignificándose se preservó a sí mismo. La historia de los judíos es una historia de hibridación permanente. Y esta actitud proteica fue muchas veces la causa misma de la incomprensión y persecución de los judíos.

Pero los grupos más radicalizados son conscientes de la amenaza que significan las mixturas para un judaísmo “genuino”. Suponen que cuanto más dogmática se vuelva la pertenencia al judaísmo, más se lo resguarda de sus posibles desviaciones e impurezas. ¿Pero qué produce un mayor alejamiento de los marcos judíos para un judío argentino integrado a la sociedad contemporánea? ¿No son más excluyentes los formatos cerrados que priorizan el cuidado de la pureza? Hay un sitio en Internet llamado “Pidion Nefesh” que se presenta como “el proyecto más innovador y audaz creado para evitar la formación de matrimonios mixtos, mediante estrategias especialmente diseñadas por rabinos, psicólogos y especialistas”, que entre otros métodos propone hasta tests para padres preocupados en evitar los matrimonios mixtos de sus hijos. No estamos hablando en este caso del cuidado del iddish o del resguardo de una tradición; sino del cercenamiento de los lazos sociales a través de un dispositivo metafísico que define purezas e impurezas manipulando las relaciones humanas. O sea, estamos hablando de fundamentalismo.

Tal vez sea un buen momento para repreguntarnos por el sentido de la lógica comunitaria, dejando de lado la obsesión por los sistemas de inclusión y exclusión, y apostando por una vida judía que promueva sus propias realizaciones en su diversidad y mixturas.

Publicado en Revista Ñ el 10 de Junio de 2011

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