miércoles, 25 de mayo de 2011

Entrevista a Dario Sztajnszrajber en la Revista Nueva Tierra Nº 72

por Ezequiel Silva

Frente a miradas que consideraban como una realidad homogénea al catolicismo o al cristianismo, hace un tiempo se comienza a ver y a reconocer más heterogeneidad hacia adentro de las grandes tradiciones religiosas. Hablamos, más bien, de los catolicismos o los cristianismos. Imagino que el judaísmo no es una excepción a este fenómeno. Dentro de los judaísmos ¿que caracteriza al judaísmo como fenómeno religioso-cultural?

En el actual momento del desarrollo de las sociedades contemporáneas podemos decir que el mundo judío está atravesando por diversidades culturales. Pero es tal la diversidad que constituye el fenómeno judío que a mi entender resulta imposible hablar de un judaísmo. Yo diría que no hay un judaísmo, sino que hay judíos. Hay personas que en diferentes formas, en diferentes formatos, en distintas situaciones han resignificado su identidad judía. Pero es tal el abismo que hay entre las diferentes formas en que los judíos han resignificado su judeidad que resulta imposible encontrar un común denominador. Es más, se vuelve un problema político.
Cuando alguien sale a establecer una definición de un judaísmo siempre excluye, porque la diversidad es tan amplia que cuando alguien define lo judío -no nos olvidemos que definir es poner fin, poner límites- necesariamente coloca una barrera y deja afuera formas de conectar con lo judío que no enganchan con esa definición. Pensemos que lo judío se ha ido mixturando a las distintas culturas a las que los judíos se han apegado. Entonces, cuando uno quiere encontrar algo en común entre un judío neoyorquino religioso reformista y un judío ultra ortodoxo anti sionista resulta claramente imposible.
Algunos suelen decir que lo que queda de común entre todos los judíos es el nombre. Sartre afirmaba en el libro “Algunas reflexiones sobre la cuestión judía” que en definitiva quien constituye al judío es el otro. Sartre decía que no existe el judaísmo, sino que es una construcción de los antisemitas. En esta dualidad entre un judaísmo indefinido y un lugar al que el otro coloca esta cosa extraña que llamamos “ser judío”. Ese otro ,que es Occidente, nunca pudo terminar de clasificar a los judíos en las categorías que Occidente utiliza para clasificar. En ese sentido lo judío es ambiguo, a mí esa ambigüedad me encanta.
Creo que lo más rico que tiene el mundo judío hoy es su diversidad y lo que se da al interior del judaísmo es una polémica entre sectores que lo que busca es sostener una definición de lo judío y que es la manera de administrar la vida comunitaria. O sea, sectores que detrás de una definición epistemológica lo que están intentando es sostener un proyecto de poder, un proyecto político económico de administración de la vida judía que empieza con la gente pagando su tumba en los cementerios judíos y termina en la comida bendecida con la que algunos judíos se alimentan y que también cubre todo un negocio. Y por otro lado, un conjunto de judíos que venimos bregando desde distintos ámbitos en la necesidad de destrabar la definición de judaísmo. Siempre que se busca definir el judaísmo se está en una situación de poder, y siguiendo esa línea foucaultiana que dice que donde hay un poder hay una resistencia, la resistencia hoy es desestructurar esos intentos de definir lo judío sobre todo cuando en distintas situaciones aparece alguien hablando en nombre de los judíos o en nombre del judaísmo que es peor. Porque hablar en nombre de los judíos ya es un papelón pero hablar en nombre del judaísmo como un fenómeno cerrado ya es doblemente peor.
A diferencia del cristianismo, en el mundo judío tradicional del que provenimos y que se fue desacralizando, diversificando, secularizando hasta llegar al mundo de hoy, desde la destrucción del segundo templo ya no ha habido instancias sacerdotales. Los judíos no tenemos un Papa, no tenemos dogmas, no significa que no haya judíos dogmáticos, no tenemos dogmas estructurantes como tiene el catolicismo porque no hay una autoridad central, no existe el gran rabino, el que se llama a sí mismo el gran rabino el nombre se lo puso él.

Desde tus referencias, en esos espacios plurales de resistencia a las definiciones taxativas, ¿cuáles son las expresiones de espiritualidad, de evidencia de lo judío en las subjetividades?

Yo hablo de tres puntos, divergentes entre sí y en planos diferentes. En primer lugar, hoy la pelea de los que estamos en este lugar tiene nombre y apellido, se llaman “los matrimonios mixtos”. Al interior del mundo judío, el gran monstruo que hay es el matrimonio mixto. Porque hay una tendencia histórica de la comunidad judía a la endogamia. Partiendo de la definición de judaísmo (la definición oficial hoy de judaísmo es la que establece el judaísmo religioso que la conoce como definición halájica y que nosotros la llamamos despectivamente la “ley del vientre”, que lo que establece es que el judío es hijo de madre judía) imaginate que para una religiosidad o para una identidad judía espiritual colocar la transmisión del judaísmo en una cuestión biológica es contradictorio. Hay mucha gente que está proponiendo destrabar ese tema, pero desde un lugar muy concreto. Según el último estudio sociodemográfico que hay en la Argentina del año 2004, sobre la vida judía en la Argentina, la mitad de los hogares judíos son mixtos. Entonces, la gran pregunta que hay al interior de la comunidad judía es si la mixturación va a generar la desaparición del judaísmo. Este es el gran cuco de los judíos tradicionales. Cuantas más familias judías empiecen a interrelacionarse con personas no judías a la larga los judíos desaparecen. En algún sentido es un fundamento biologicista, en otro sentido es un argumento eficientista: la idea de que una mamá y un papá judío garantizan una descendencia judía es falso. Puede haber madre y padre judíos y al hijo no importarle en absoluto la identidad judía y directamente aislarse o salir de los asuntos comunitarios. La transmisión ventral no garantiza nada.
Hay una única manera que esto tenga sentido y es lo que sostienen los sectores más ortodoxos que es partir de una metafísica de lo judío, esto es pensar que hay un alma judía que la madre transmite por vientre. Para muchos judíos seculares como yo esta es una lectura irrisoria. Porque supone definir qué es el alma, que ya es todo un problema, y supone una lectura discriminatoria como que el alma judía es el alma elegida, yendo a la cuestión del pueblo elegido, que hay que transmitir para que el pueblo elegido no desaparezca. Hay muchos judíos que no estamos con esta forma de pensar, hacemos como una relectura no solo de nuestra condición presente, sino también de nuestra historia y lo que vemos es que la historia del pueblo judío es una historia de mixturas. A diferencia de lo que sostienen algunos sectores que los judíos siempre sobrevivieron por haber estado “enguetizados”. Al revés, la diáspora judía después de la dispersión de los judíos en la época romana y la constitución del pueblo hebreo en los relatos bíblicos, siempre muestran al pueblo judío mixturándose con otras culturas. Con lo cual de por sí hay una proveniencia en la mixtura.
Estoy convencido que sólo la mixtura puede garantizar la continuidad de los judíos porque lo que hace es desacralizar, desdogmatizar un judaísmo cerrado que lo que genera son situaciones exclusivas. Cuanto más lugar se le dé a la diversidad y entendiendo que lo judío tiene que ver más con una cuestión cultural, con una cuestión valorativa, más amor por lo judío vas a tener. Una de las cuestiones por donde va la espiritualidad hoy es la defensa de una ética judía basada en pensar lo judío no desde lo biológico sino desde lo cultural. En segundo lugar, tenemos una relación clara entre espiritualidad y hermenéutica. Con hermenéutica me refiero al arte de la interpretación. La espiritualidad está en la apertura interpretativa que podemos hacer de nuestra identidad. Cuanto menos apegados estemos a formatos cerrados de definirnos como somos y cuanta más apertura generemos para poder entendernos a nosotros mismos de diferentes maneras reinterpretándonos en el contacto con el otro, más crecemos en nuestra espiritualidad. En ese sentido, no entiendo espiritualidad como una conexión con lo trascendente, entiendo lo trascendente como algo que nos trasciende en términos históricos culturales. La clave de la espiritualidad no pasa por la creencia, sino que pasa por el sentido. Y ese sentido se va construyendo de una manera cambiante y que va construyendo con otro que lo ayuda a uno a transformarse.

¿Esa construcción es narrativa?


Es puramente narrativa. Hay un rito que es la Pascua judía donde leemos una hagadá que está en un librito donde están resumidos los pasos, el orden con el cual uno conmemora la Pascua. Hay un orden de ritos que se repiten de manera sistemática desde que se conmemora el Pesaj hace 3 mil años. Uno de esos pasos dice que tenemos que volver a contar, a narrar la salida de los hebreos de Egipto. ¿Por qué hay que volver a contar? Uno todo el tiempo está reinterpretando esos mismos textos. Lo religioso puede tener que ver simplemente con volver a leer los mismos textos. En esa relectura de los mismos textos hay espiritualidad. Hay espiritualidad en la relación de sentido que se le da a los textos, en tomar esa letra muerta y brindarle una trascendencia. Esa trascendencia necesita generar un sentido y ese sentido se genera desde un aquí y ahora.
Y la tercera tiene que ver con el contexto posmoderno. Me gusta hablar de postjudaísmo y lo entiendo como el espacio en el que vivimos los judíos a partir de que ningún judaísmo puede sostenerse como el genuino o el verdadero. Creo que hoy estamos más allá de la dialéctica entre creencia y ateísmo. Ser ateo o ser creyente supone de algún modo estar relacionado con una concepción de la verdad que hoy está en crisis. Hoy la religiosidad o la espiritualidad comienza cuando uno puede despegarse del paradigma de la verdad. No se trata de debatir si Dios existe o no porque no hay más certezas absolutas, ni se puede sostener grandes verdades sin desenmascarar detrás de esas verdades cuestiones subjetivas, relativas, cuestiones de construcción e incluso de poder.
El hombre alcanza un límite en el propio desarrollo de sus herramientas de conocimiento. Lo propio del humano es la limitación y la condición humana es consciente de sus limitaciones. Esa consciencia va tomando diferentes formas en distintos momentos históricos. La espiritualidad es la conciencia de ese límite. Y cómo a partir de que somos conscientes que llegamos hasta un punto, comienza una búsqueda. Una búsqueda por sobrepasarnos a nosotros mismos como humanos. Creo que Dios es esa búsqueda. Dios es la palabra que mejor resume la idea que un hombre consciente de sus límites se da cuenta que puede ir por más. Ahora, siempre que ha ido por más y le ha puesto un nombre, una normativa o una receta a eso que hay más allá termina siempre siendo funcional a alguien. Al ser Dios esa apertura lo que no hay que hacer nunca es cosificarlo. Creo que ahí hay una búsqueda muy humana que tiene que ver con una búsqueda de sentido a partir del momento que no nos alcanzan las respuestas. Incluso el cientificista, que cree que solo la ciencia da respuestas, hoy sabe la ciencia llegó a un límite y en todo caso apuesta a que la ciencia siga encontrando nuevas respuestas. Eso también es espiritualidad.

En este marco, ¿qué futuro le ves a estos grandes relatos que monopolizan el campo religioso, estos grandes relatos dadores de sentido que no dejan de ser muy rígidos y que hoy se van resquebrajando?

En esto sigo a un pensador postcristiano que es Gianni Váttimo. Creo que el futuro de los grandes relatos ojala que sea su desaparición. Los grandes relatos son siempre encubridores de un interés. Se proponen a sí mismo con un gesto de universalidad y en realidad están encubriendo el interés de un grupo. Los grandes relatos en la historia de Occidente han tenido esa función. Lo que buscaron fue dirigir la historia del hombre hacia un fin y tratar de que todos los fenómenos humanos cobraran sentido en la medida que encajaban hacia esa finalidad. La historia del cristianismo está escrita desde ese lugar por eso salieron a convertir a todo el mundo. La historia de la modernidad también. En la medida que los grandes relatos se deconstruyan estamos teniendo una fuerte emancipación. Hay una ética de la deconstrucción de los grandes relatos por la que esta bueno encaminar. ¿Y si el hombre necesitara de la fantasía? ¿Y si los grandes relatos fueran necesarios para el hombre? Una cosa es que el hombre sostenga grandes relatos y otra cosa es que se los crea. Hay una frase de Nietzsche que dice: “Descubrí que todo esto es un sueño y no me queda otra cosa que seguir soñando”. Una cosa es creerte los grandes relatos y otra es aceptar que el hombre en su búsqueda infinita va conectando con algunas respuestas pero esa conexión es pasajera. Es una conexión que va mutando en la medida que va descubriendo otras formas.
Váttimo habla de extrañamiento como condición del hombre contemporáneo: saber que todo aquello en lo que hoy yo creo dentro de muy poco va a cambiar. La relación que tengo con mis convicciones se aflojan, se debilitan pero al mismo tiempo me generan cierta emancipación frente a lo dogmático de esas posturas y lo que hace es disolver la violencia. Porque la violencia está fuertemente arraigada en esas convicciones dogmáticas, absolutas.
Michel Onfray dice que en el monoteísmo encontramos la base de la violencia de Occidente. ¿Por qué? Religiones que sostengan que hay un único Dios y que es el verdadero cuando bajan esa idea a la tierra, a la mundanidad queda instalada la concepción de que hay una verdad única. Esto no significa que las sociedades politeístas no hayan sido violentas, pero está bueno pensar hasta qué punto esa violencia que tenemos con el otro es una violencia que está fuertemente arraigada en esas visiones monoteístas de Dios. Creo que hay una proliferación de fundamentalismos religiosos muy fuerte donde los grandes relatos son claros. Vivimos tiempos en que mucha gente se ve seducida e involucrada en fundamentalismos religiosos y de todo tipo. El futuro de las sociedades tiene que ver con esa dualidad, avanzamos hacia sociedades con gente demasiado atada a dogmas meta narrativos y gente que apuesta a la disolución de lo meta narrativo y por la diversidad de consciencia.

En esta disolución de lo meta narrativo o en la diversificación de este mercado de lo espiritual hay toda una franja que apela a un público bastante amplio: el mercado de la autoayuda y las denominadas espiritualidades “alternativas”. Desde una tradición como la judía, ¿qué mirada más filosófica te genera este mercado?

Tenemos nuestros libros de autoayuda también. Tenemos una proliferación de estudios cabalistas hiper mercantilizados. Vivimos un momento donde pensar por fuera de la mercancía es complicado. Hay una necesidad utópica y ética de pensar cómo salirse de la mercantilización de la vida. Ahora, que hoy el vislumbramiento de esa forma sea bastante difuso nos encuentra en un momento delicado. Eso no implica abandonar las acciones políticas concretas, ni la reflexión. Si todas las nuevas formas de espiritualidad se desarrollan en el marco de una mercantilización de la vida entonces toda esta diversidad espiritual está basada en un fundamentalismo del mercado.
Toda esta reflexión tiene sentido en la medida que uno pueda encontrar formas de repensar el lugar del mercado en la existencia. Ahí sí hay una zona de la espiritualidad que nos propone desde una ética que está bien acá dentro, muy alejada de las recetas concretas para cambiar al mundo. El pensamiento judío contemporáneo viene brindando mucha construcción de una subjetividad que trasciende lo judío y nos obliga a pensarnos como occidentales. Estoy hablando del don, del dar, de poder salir a romper con la mercantilización de la vida en las zonas más estructurales de nuestra conciencia que es en el intercambio económico, en la idea de cómo pensamos nuestra individualidad, que es en un concepto que el pensamiento judío viene trabajando desde el Antiguo Testamento que es el otro. La prioridad del otro por sobre quién soy yo. Ese yo que va construyéndose a sí mismo a partir de la certeza, la seguridad y de la exclusión sistemática del que define como el otro. Desde esa perspectiva se puede deconstruir esa lógica del intercambio mercantil dándole prioridad al otro por sobre el yo.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Bengalas, la sensibilidad mutilada

Hay una famosa lectura que hace Nietzsche de la Grecia arcaica a partir de la contraposición de dos divinidades: Apolo y Dionisio. Ambos dioses pueden ser útiles para comprender nuestra cultura. Apolo representa el orden, la armonía, pero sobre todo la individuación, la capacidad del ser humano de comprender el sentido de las cosas a partir de su diferenciación. El hombre puede a través de la palabra ordenar el mundo y por ello comprenderlo. Pero el precio que se paga es alto: la palabra explica, pero aleja, enfría, pone distancia. Dionisio, por su lado, representa la desmesura, el éxtasis, la pasión, y sobre todo la embriaguez y las orgías. Dionisio era el acceso directo a una existencia plena donde todo se mezclaba y se percibía una sensación de totalidad que al hombre le resultaba insoportable.
Sostiene Nietzsche que ambos rasgos en conflicto combaten entre sí: si Dionisio es grito, Apolo es represión; si Apolo es ley, Dionisio es transgresión; si Apolo es la razón, Dionisio es el arte. Pero Apolo triunfó. El triunfo de Apolo son nuestras instituciones.
Uno de los emblemas que va a estar presente en el origen del rock n´roll es la recuperación de lo dionisíaco. En un mundo cada vez más apolíneo expresado en la sociedad de consumo de masas, la cultura va a ir generando formas estéticas de ruptura. La juventud va encontrando en los años 60´ formas de desligarse del peso de lo institucional por medio de una liberación de la sensibilidad. El grito del rock n´roll perforaba los oídos taponados de la industria del fordismo: Dionisio está vivo y da batalla en cada acto de rebelión.
¿Podemos seguir pensando de este modo la cultura del rock n´roll? ¿Podemos pensar que en los recitales emerge el espíritu dionisíaco? ¿Podemos concebir el acto de arrojar la bengala como una forma de transgredir el orden?
Creo que este es el modo obvio en que se nos presentan los acontecimientos, pero podríamos pensarlo desde otra perspectiva: ¿dónde habita Dionisio hoy?
Aquello que se vislumbra como irracional, barbárico y desinteresado, puede esconder sin embargo demasiada racionalidad, civilización e interés: la bengala es un producto de la industria pirotécnica, gran parte del rock n´roll se ha vuelto una industria cultural, y el individualismo más que un desinterés, expresa la ideología del interés privado.
Vivimos tiempos donde lo otro del sistema es también parte del sistema, y por ello un espectáculo de rock o de fútbol son el drenaje necesario para aliviar el malestar cotidiano. Alguien que insulta en una cancha de fútbol o que arroja una bengala, no está transgrediendo el sistema ni es el efecto de la falta de orden. ¿No será al revés? Es el mismo discurso del orden para pocos y las mismas necesidades de nuestro mundo mercantilizado lo que provoca una profunda falta de registro con lo que nos rodea. Apolo genera individuos encerrados en si mismos, omnipotentes y reproductores de los valores dominantes.
El arte puede seguir recuperando lo humano, por ello siempre ha sabido desbordar lo establecido. Lo que no podemos confundir es el desborde que es funcional a lo instituido con el desborde que rompe con la lógica de fondo. No es Dionisio sino Apolo quien está en las bengalas, en la indiferencia y en la mercantilización de la sensibilidad, aunque se nos presente de modo inverso. Dionisio está en los jóvenes emergiendo como siempre en los lugares insospechados: el dolor por una muerte, la mancomunión en el duelo, el tarareo de una melodía que nos acerca a la naturaleza, la música como expresión de lo incompresible y esos besos de todos nosotros a la familia de Miguel Ramírez…

publicada en Diario Clarin, el 13 de mayo del 2011