domingo, 24 de abril de 2011

Pascuas, una interrogación existencial

Tiempos de pascuas, cristianas, judías. Tiempos de feriados. ¿Qué nos dicen hoy las celebraciones religiosas? ¿Nos dicen todavía algo?
El mundo moderno se fue constituyendo por una problemática tensión entre racionalidad y creencia. Insistir en la separación terminal entre ciencia y religión es por un lado invisibilizar los contenidos de una tradición que continúa resignificada, y por otro lado es seguir sosteniendo un paradigma de certezas absolutas donde cada posición se escuda en ofrecer un acceso privilegiado a la verdad. Si el valor de las pascuas es solo medible en relación a lo que la normativa religiosa exige, volveríamos a polemizar acerca de la prioridad de la racionalidad o de la creencia en nuestros tiempos. Unos dirán: no se come carne o no se come pan, lo prohibido es indiscutible. Y otros dirán: los relatos no tienen base científica.
¿Pero tiene sentido este debate? ¿Es medible el valor de una celebración religiosa? Tal vez lo interesante es poder pensar lo religioso desde otro lugar, desligándolo de su institucionalidad, recuperando su raíz existencial, desmontándolo de sus usos y abusos. Una religiosidad sin religión propone John Caputo, o “creo que creo” cuenta Gianni Vattimo que respondió cuando le preguntaron si todavía creía en Dios. ¿Cómo nos relacionamos con nuestros relatos? Los leemos, los debatimos, los dejamos madurar, los descartamos, los volvemos a encontrar, nos quedamos con una parte. El problema comienza cuando se los idolatra, o más bien cuando se los absolutiza con el único objetivo de administrar el poder mundano de algunos.
Recuperar el relato. Nada mejor que la literatura para inspirarnos y conmovernos, nada mejor que el arte, porque el arte abre y lo religioso es apertura. Es esa apertura que se abre cuando lo humano se vuelve conciente de sus límites. Tal vez, como dice Nancy, Dios no es más que el intento permanente del hombre por sobrepasarse a sí mismo. Hay una forma de definir la palabra religión que la liga con la idea de relectura. Un texto remite a otro, una interpretación a otra, y así venimos compartiendo en esta brevísima historia que es la cultura occidental, las mismas preguntas pero con esbozos diferentes.
En un mundo donde la miseria y la indigencia se expanden globalmente, podemos volver en estos tiempos de pascuas sobre aquel relato que llama a aquel que tenga hambre, a que entre y coma. En una sociedad donde el individualismo, el hiperconsumismo y el utilitarismo exacerbado se han vuelto valores dominantes, podemos volver a recordar la historia de aquel maestro enamorado de lo humano que murió por los suyos. En una época donde compramos certezas baratas y fáciles para atemperar la laboriosidad de nuestras búsquedas, podemos volver a angustiarnos con la incertidumbre de “padre, ¿por qué me abandonaste?”, o con el misterio del origen cuando Dios se define ante Moisés con la antidefinición: “seré lo que seré”.
Tiempos de pascuas, cristianas, judías, tiempo de pasajes, tiempo de redención. Aceptar el devenir de todo lo que nos rodea es una manera de apostar por el cambio. La peor esclavitud que nos oprime, nuestra peor cruz, es dejar de releernos. Un relato abierto nunca se cierra.

Clarín, 23 de Abril de 2011

sábado, 16 de abril de 2011

Felices Pascuas

Otra vez Pesaj. Los ritos y los años. Lo que cambia y lo que permanece. Una vida ordenada según calendarios que remiten a producciones históricas y que sin embargo pretenden reflejar movimientos naturales. Pero si la Tierra gira alrededor del Sol cada año, la existencia humana no reproduce un movimiento idéntico en ese lapso. ¿Cuál sería la regularidad de lo humano? ¿Qué se estaría repitiendo cada año para que cada año sea otro año? Nada. En realidad, todo esto tendría sentido si fuéramos inmortales y entonces en la eternidad infinita de las cosas, todos los años repitiéramos algunos ritos dada nuestra incapacidad por el momento de tolerar lo que no empieza ni termina. Pero nuestro tiempo es otro. Incluso podemos pensar que el intento de emular las regularidades naturales ha sido una apuesta del hombre de hacer encastrar nuestra existencia con el desarrollo de la naturaleza: si todo se repite, ¿por qué la vida no? Y así vivimos en la ilusión de un sentido que se encapsula en un año reloj, en un año lectivo, en un año electoral, y surge por ello un movimiento de fuga: todo se repite, pero siempre distinto. Una fuga que no se anima a ir por más: si siempre es distinto, ¿por qué sostener la repetición?
La tradición judía rememora permanentemente sus eventos. Es más, hay toda una normativa que establece desde las fuentes mismas los días elegidos. Es interesante este lugar que nunca cuaja entre una mirada siempre puesta en el pasado hacia un futuro esperanzado de redención. Somos nuestros muertos, pero también somos nuestros descendientes. La continuidad como concepto puede explicarse como una especie de disolución del presente, donde en definitiva, como parte de un pueblo que viene viniendo y sigue su camino, nuestro aquí y ahora solo debe generar las condiciones para que esta fluencia continúe. Nuestro presente es tránsito, casi como una diáspora temporal, donde lo importante es el retorno a esa totalidad de la que somos parte. Y por eso, muchas veces la continuidad se vuelve un concepto formal, vacío, vaciado de contenidos. Pero si hay algo que continúa, la pregunta necesaria es: ¿qué “es” lo que continúa? La pregunta por el ser. La pregunta por el ser siempre nos hace tambalear un poco. Esa es su naturaleza: despojar, deconstruir, intentar hacer estallar los decorados para salvar el acontecimiento. ¿Qué es lo que tiene que continuar? ¿La etnia judía, la religión, la revelación, nuestros amigos, una lengua, un acento, la familia, un vientre? ¿Qué importa más?: ¿la continuidad o aquello que continúa?
Aquello. Ser judío. Tal vez no sea más que la necesidad de comprender por qué estamos siendo esto que estamos siendo. Sabiendo que estar siendo no es nada fijo y que le debemos parte de nuestro ser a quienes nos precedieron, a quienes nos educaron e incluso a nuestros enemigos. Aquello que continúa supone ya una elección posible. Una elección posible sobre un trasfondo imposible. Y es lo imposible lo que nos constituye de fondo, pero es lo posible lo que nos va determinando en el día a día. El gran problema es confundir lo imposible con lo posible, o sea, postular que ser judío solo radica en lo posible. ¿Qué es lo imposible judío? Es la manera judía de querer un mundo mejor. La manera judía por remitirse a nuestros propios relatos que no son más que la singularidad con la cual nos formamos y que nada tiene de especial ni de elegida ni de natural. Aquello que queremos que continúe no es nada cerrado, sino justamente aquello que posibilita la pregunta por el ser. Queremos que continúe la apertura, pero no un texto abierto o una puerta abierta o una ley más flexible, sino la apertura misma. Lo abierto. Una continuidad de lo abierto, una transmisión de la pregunta. Una historia abierta.
¿Qué es honrar una historia?, ¿momificarla y enterrarla en repeticiones vacías o transformarla en utopía y realización? ¿Qué conmemoramos en Pesaj?, ¿la repetición inocua de las directivas rituales que los textos obligan a realizar o el entender que la existencia misma consiste en un eterno liberarnos de los sojuzgamientos de aquellos que en nombre de la corrección solo persiguen intereses propios? La primavera (en Israel, Pesaj es primavera) siempre se festeja porque la naturaleza revive una vez más, mientras lo humano sigue trazando sus itinerarios difusos que algunos llaman progreso. Florecer, nacer y morir, los ciclos nos hacen concientes de nuestra simpleza. No es un problema con el tiempo sino con la dimensión. No, no somos solos. Solo pensando la vida y la muerte desde nuestra individualidad, cargamos a la naturaleza de conductas. Honrar la historia es fundamentalmente entender que todo este manojo de seres frágiles e insignificantes no somos nada sin el de al lado y que toda liberación no puede no comenzar en el desencadenamiento de esa omnipotencia. No, no hay pueblo elegido, hay humanos. Nos juntamos, creamos, nos diferenciamos. Y esas diferencias en algunos casos se postulan totalidades. Todo el problema radica en ese gesto porque en definitiva un Faraón y un esclavo desnudos son indiscernibles.
Ni pueblo elegido, ni día elegido. Pesaj es todos los días. Recordar una vez por año que fuimos esclavos es olvidar que somos esclavos todo el tiempo. Abrir la puerta un ratito para que el que tenga hambre entre y coma, en estas fechas, es tenerla cerrada en todas las otras fechas. Esperar la llegada de Eliahu esta noche, es perder la esperanza de que cada segundo, como le gusta a Walter Benjamín, sea el instante en el que pueda llegar el Mesías.